Viajar a Chaouen

Nacida de una leyenda, Chaouen fue durante siglos una ciudad vedada a los turistas. Sus calles empedradas y paredes encaladas en azul añil escondieron tesoros de la arquitectura, cultura y gastronomía de aquellos que fueron despojados de sus casas en Andalucía y obligados a cruzar el Estrecho. Moriscos y sefardíes se acomodaron en Chaouen, constituyendo una ciudad sagrada que hoy abre sus puertas a los visitantes constituyéndose como un destino ineludible del reino alauita.

Las casas de Chaouen, teñidas de añil, conforman una laberíntica medina en la que los viandantes dejan paso a burros cargados con la artesanía y productos frescos que se venden cada día en el zoco de la ciudad. Chaouen invita a perderse por sus calles cámara en ristre buscando coloridos rincones en los que ancianos soñolientos realizan sus labores o custodian las puertas pintadas del mismo color de la pared dando paso a frescas casas de las que manan los olores propios de una gastronomía rica en matices. El suelo pintado de azul indica que no llegaremos muy lejos, pues la calle no tiene salida. Deambulando no se tarda en dar con la plaza Uta el-Hammam, epicentro de la vida social de Chaouen y lugar donde se le toma el pulso a la ciudad.

A las afueras de este mágico enclave agarrado a las laderas del Rif el agua fluye olvidando que a pocos kilómetros el suelo es árido y agreste. Esta riqueza cultural procedente de varios pueblos, el microclima con arroyos corriendo por los entornos y el color azul característico con que se dibujan las calles es lo que le ha servido a Chaouen la categoría de “Perla del norte”, un destino que debe estar marcado en la guía de viajes de todo viajero que se adentra en Marruecos.