ITINERARIO DETALLADO.
PRIMER DÍA "VIERNES" (ALOJAMIENTO)
A la hora convenida embarque en el puerto de Tarifa, en una moderna embarcación (Fast Ferry) y zarparemos con destino a Tánger, durante la travesía podremos disfrutar de las maravillosas vistas del estrecho de Gibraltar o efectuar compras libre de impuestos en el barco (aunque esto ultimo le aconsejamos dejarlo para el trayecto de vuelta).
A la llegada a Tánger y una vez pasado el control de pasaporte encontraran a nuestro receptivo esperándole para hacerle el traslado al hotel seleccionado.
SEGUNDO DÍA "SABADO" (AD)
Día libre para visitar Tánger, hacer excursiones que nuestro receptivo le habrá ofrecido, comer unos pinchitos morunos o pasar el día en la playa.
TERCER DÍA "DOMINGO" (DESAYUNO)
Este es el día de la partida, dejaremos la habitación a las 12 de la mañana, aunque nuestro equipaje puede quedarse en el Hotel hasta la hora de recogida por parte de nuestro receptivo, este es el momento de efectuar las ultimas compras.
A la hora contratada serán trasladados al puerto de Tánger, para su embarque y transporte a Tarifa.
Fin del viaje y de nuestros servicios, esperando les haya gustado y tenerles de nuevo con nosotros.
Tánger: Tres días perdiéndome en la puerta de África
Siempre me ha fascinado la idea de estar en un lugar y poder ver dos continentes a la vez. Ese punto donde las culturas se rozan, se mezclan y crean algo único. Y eso es precisamente Tánger, la puerta de entrada a África desde Europa, un crisol de culturas donde el pasado y el presente se dan la mano. Tres días fueron suficientes para enamorarme de esta ciudad magnética, caótica y vibrante a orillas del Estrecho de Gibraltar.
Mi aventura comenzó en la medina, el corazón palpitante de Tánger. Perderse en su laberinto de callejuelas estrechas y empinadas es una experiencia sensorial única. El aroma a especias, el bullicio de los zocos, los colores vibrantes de las telas y las sonrisas de los tangerinos te envuelven desde el primer instante.
Me detuve en la plaza del Zoco Chico, el centro neurálgico de la medina, donde la vida cotidiana se mezcla con el regateo de los comerciantes y el aroma a café recién hecho. Observé a los artesanos trabajar el cuero, el metal y la madera con una destreza asombrosa, herencia de una tradición milenaria.
Deambulando sin rumbo fijo, llegué a la Gran Mezquita, un remanso de paz en medio del bullicio. Aunque no pude acceder al interior (reservado a los musulmanes), me quedé un rato contemplando su minarete, decorado con azulejos verdes y blancos, y escuchando el canto del muecín que llamaba a la oración.
A pocos pasos de la mezquita se encuentra la Kasbah, la antigua fortaleza que se alza majestuosa sobre la medina. Desde sus murallas pude disfrutar de unas vistas panorámicas impresionantes del Estrecho de Gibraltar, con la costa española dibujándose en el horizonte. Imaginé a los piratas berberiscos oteando el horizonte en busca de barcos mercantes, en una época en que Tánger era sinónimo de aventura y exotismo.
Bajando de la Kasbah me topé con el Museo del Legado Americano, un lugar que me transportó a la época dorada de Tánger, cuando era un centro cultural cosmopolita que atraía a artistas, escritores y espías de todo el mundo. Paseé por sus salas llenas de fotografías, documentos y objetos que narran la historia de la presencia estadounidense en la ciudad, desde la legación diplomática más antigua de Estados Unidos hasta la época de la Guerra Fría.
El segundo día decidí explorar los alrededores de Tánger. Alquilé un taxi que me llevó por la Corniche, la carretera costera que bordea el Atlántico, hasta llegar al Cabo Espartel, el punto donde se encuentran el Océano Atlántico y el Mar Mediterráneo. El paisaje es simplemente impresionante: acantilados escarpados, olas rompiendo con fuerza contra las rocas y una brisa marina que te llena los pulmones.
Muy cerca del Cabo Espartel se encuentran las Cuevas de Hércules, un lugar mágico envuelto en leyendas. Según la mitología griega, aquí descansó el héroe Hércules tras separar los continentes de Europa y África. Las cuevas son realmente impresionantes, con una abertura al mar que recuerda a la silueta del continente africano.
Por la tarde regresé a Tánger y me dirigí a la Plaza de Francia, el corazón de la Ville Nouvelle, la parte moderna de la ciudad construida durante el protectorado francés. Paseé por sus amplias avenidas arboladas, admirando la arquitectura art decó de los edificios, y me senté en una terraza a disfrutar del ambiente animado.
No podía irme de Tánger sin disfrutar de su gastronomía, una explosión de sabores que mezcla influencias árabes, bereberes y mediterráneas. Una noche cené en un restaurante tradicional de la medina, donde probé un delicioso tajine de cordero con ciruelas pasas y almendras, acompañado de un pan recién horneado. El sabor era simplemente exquisito, una combinación perfecta de dulce y salado. Otra noche me dejé tentar por un cuscús de verduras, el plato nacional de Marruecos, que se sirve tradicionalmente los viernes.
En mi último día en Tánger decidí visitar Asilah, una encantadora ciudad costera a tan solo 40 kilómetros de distancia. Asilah me cautivó por su ambiente relajado, sus casas blancas y azules decoradas con buganvillas y sus murallas que protegen la ciudad vieja. Paseé por su medina, llena de tiendas de artesanía y galerías de arte, y me senté en una terraza con vistas al mar a disfrutar de un té a la menta, la bebida nacional de Marruecos.
Mi escapada a Tánger llegó a su fin, pero no sin dejarme una huella imborrable. Tánger es una ciudad que te atrapa por su autenticidad, su caos, su belleza y su mezcla de culturas. Si buscas una experiencia diferente, una aventura sensorial que te transporte a otro mundo, no lo dudes: Tánger te espera.
Y si tienes tiempo, no dejes de visitar las ciudades cercanas que te mencioné, cada una con su propia personalidad y encanto. Desde las montañas del Rif hasta las playas del Atlántico, Marruecos ofrece un sinfín de posibilidades para seguir explorando.
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