Oviedo es una ciudad inspiradora. Sus calles aparecen en novelas de los principales autores de la lengua castellana, pero quizás ha sido Leopoldo Alas Clarín quien mejor ha sabido transmitir su espíritu en la obra cumbre “La Regenta”.
Oviedo nació cuando la Edad Media comenzaba a levantarse. La ciudad gobierna desde el centro geográfico de la región a toda la comunidad de Asturias. Sus calles oscuras en el centro urbano contrastan con grandes espacios abiertos en los exteriores, del que merece especial mención el Campo de san Francisco, testigo de un antiguo convento construido en los aledaños de la ciudad. El jardín del Campillín también es asiduo de los ovetenses que buscan el sosiego y tranquilidad de los parques de Oviedo. Antes de proceder al centro bien cabe visitar las iglesias situadas en la ladera del monte Naranco: san Miguel de Lillo y santa María del Naranco. La primera de una importancia y singularidad tal que se ha valido el título de Patrimonio de la Humanidad. Ya en el centro destaca la catedral gótica, cerca de la fuente de la Foncalada, también protegida por la UNESCO. Para seguir, pero no concluir, paseando ante la universidad, epicentro de la cultura.
Mirando a la bahía unas imágenes de bronce reproducen a unos niños traviesos que esperan ávidos las monedas lanzadas al agua desde la borda de los buques que entran y salen de puerto. Más allá, esos mismos buques se despiden haciendo sonar sus bocinas al pasar junto al faro de la isla de Mouro, guardián custodio del palacio de la Magdalena. El rey Alfonso XIII recibió este espléndido palacio de inspiración británica, con las caballerizas adyacentes y una veintena de hectáreas de parque forestal. Un lugar privilegiado del que gustan disfrutar los santanderinos en sus caminatas desde el paseo de Pereda, dejando atrás el puerto Chico para llegar hasta las playas del Sardinero y posteriormente al faro del cabo Mayor. En el muelle del Almirante uno de Los Regina se dispone a partir para hacer más corta la bahía y unir las dos orillas de este mar azul intenso. Carabelas, pingüinos y focas esperan la visita de los santanderinos y turistas en el parque zoológico situado en el borde de la Magdalena, desde donde se aprecian los arañazos dejados por bucólicos gigantes en la piedra adyacente a la arena. En Santander es fácil que la visita se haga poema.