Las mejores vistas de París
Los 210 metros de la Torre Montparnasse se superan en apenas treinta segundos. La planta 56 es un mirador ideal para los días borrascosos. Pero si hay ocasión hay que subir hasta la planta 59. Sin el mínimo lugar a dudas, la mejor vista de París. Aquí se obtiene una panorámica de la ciudad cuál si se estuviese viendo un plano turístico. Aunque suben al año casi un millón de turistas no suele haber colas, por lo que se puede aprovechar mejor el tiempo que subiendo a la Torre Eiffel, donde las colas son interminables.
Anochecer en París
Cuando el día comienza a declinar lo más aconsejable es coger el metro hasta el barrio de los artistas y ver atardecer desde la Basílica del Sacré Coeur. Tras ella, entre laberínticas calles se encuentran muchos restaurantes con precios para todos los gustos. Además es posible adquirir cuadros de artistas profesionales y aficionados que exponen sus obras al paso de los viandantes. Después de cenar el Trocadéro es el destino imprescindible. Desde el mirador de este edificio militar solo hay que esperar 30 minutos para ver la torre más famosa de París iluminada como si fuera un árbol de Navidad. Una estampa de la que no se olvidan visitantes y foráneos.
Los tesoros de París
La ciudad de París está sembrada de museos. Todos dignos de visita. Además de iglesias que tienen tanto que ofrecer por fuera como por dentro. Pero entre las imprescindibles no puede faltar una visita al Hospital de los Inválidos y a la Basílica de la Magdalena. Ambos templos son ejemplos de todo lo que París aún le queda por mostrar. En el apartado de museos el Louvre tiene que tener un hueco en la agenda. Y para los que les gusta descubrir las ciudades paso a paso pueden pasear por las calles del barrio judío, próximo a la Plaza de la Bastilla.
Sobre París
París, un nombre tan pequeño para una ciudad tan grande. No importa cuantas veces se haya visitado París, siempre hay algo por descubrir. París es una ciudad de película que engatusa y enamora. Una ciudad que se puede disfrutar tanto de día como de noche. Una ciudad que nunca cansa al visitante.
Siempre hay una primera vez
Descubrir parís por primera vez es un rito iniciático que se puede comenzar en muchos lugares de la ciudad. Pero probablemente lo mejor sea comenzar por sus orígenes. Por la Ile de la Cité. La isla que el Sena atrapa y defiende como un cinturón de castidad guarda la virginidad de una moza. Es el escenario idóneo para comenzar a conocer la «ciudad del amor».
En París no hay que tener prisas. Lo mejor es escoger una de las cafeterías que surgen en torno a la Catedral de Notre Dame y dejarse acompañar por un sabroso crepe. Esta es una costumbre muy extendida entre los parisinos. Las sillas de las terrazas no se colocan enfrentadas, sino mirando a la calle. Lo que deja entrever la idiosincrasia de París. En la isla los sauces acarician el Sena mientras los barcos cargados de turistas recorren la columna vertebral de la ciudad. La Catedral y la Sainte Chapelle son las dos joyas religiosas de la isla. Junto a esta la Isla de san Luís también alberga sus propias joyas.
París no se puede acaparar de una vez. Hay que disfrutar cada detalle. Pararse en los puestos de libros de segunda mano que flanquean al Sena. Recrearse con los artistas locales que surgen por las calles más turísticas. Contemplar la magnificencia de sus parques, avenidas y museos.
Una ciudad para saborearla
Una vez superada la primera imagen de la ciudad, se puede comenzar a disfrutar del resto. Los grandes bulevares siempre son una opción. Pero el centro no se puede olvidar. Callejear por el centro buscando sus plazas y monumentos más representativos es una placer para la vista y para el olfato. Las numerosas cafeterías, pastelerías y «bistrós» que salen al encuentro hacen irresistible la tentación de probar los sabores parisinos.
En París hay centenares de rutas temáticas que atraviesan la ciudad. Multitud de opciones para todo tipo de turistas. Las rutas literarias son más populares, y de ellas la que recrea los pasos de Victor Hugo. No obstante, siempre se puede optar por los imprescindibles para llevarse un buen sabor de boca de París.
Lourdes
Nada más cruzar los pirineos, en la orilla del río Gave de Pau, descendente de las montañas nevadas, se yerguen iglesias de cuentos de hadas, con altos campanarios de aguja con los que procuran tocar el cielo, castillos y torres defensivas, se trata de Lourdes. Pero si algo ha colocado en el mapa a esta encantadora ciudad francesa no han sido sus monumentos, sino el Santuario de Lourdes, lugar santo de peregrinación al que acuden cada años miles de personas.
El enclave del Santuario de Lourdes aún guarda trazas del ambiente que tenía cuando en 1858 la niña pastora Bernadette Soubirous custodiaba su ganado por la zona. El año en que la Revelaciones que hoy dan nombre a la Gruta le fueron reveladas al mundo por esta joven cría. A partir de ahí, teniendo como centro la sagrada Gruta, se ha edificado la Basílica de la Inmaculada y configurado espacios para la oración y el culto del santuario más importante de Francia.
Barcelona
Llámela como quiera: Barcelona o ciudad condal, sea como sea este enclave urbanístico no le dejará indiferente. Hay varias formas de disfrutar esta ciudad ligada al mar, y su puerto es la manera natural de empezar.
La estatua de Colón mira a unas instalaciones portuarias de gran prestigio, con Port Vell como marina deportiva, en la que se integra el Mare Magnum y desde donde se extiende la playa de la Barceloneta, un pequeño pueblo integrado en una gran capital. La Aduana Vieja es el punto de partida hacia la Rambla, donde no se puede perder el mercado de la Boquería. En la acera contraria varias calles le dan paso al barrio Gótico de la ciudad condal. No tenga miedo de perderse por sus calles, encontrará una Barcelona diferente, coqueta, multicultural y milenaria. La Catedral tan solo es un alto en el camino hacia el barrio marinero. Las iglesias de santa María del Mar y santa María de Pi tienen que estar marcadas en el itinerario. Después, no olvide visitar los parques y la ineludible ruta por los edificios más representativos del modernismo. Pero sobre todo déjese sorprender, tendrá multitud de ocasiones para hacerlo.