París, un nombre tan pequeño para una ciudad tan grande. No importa cuantas veces se haya visitado París, siempre hay algo por descubrir. París es una ciudad de película que engatusa y enamora. Una ciudad que se puede disfrutar tanto de día como de noche. Una ciudad que nunca cansa al visitante.
Siempre hay una primera vez
Descubrir parís por primera vez es un rito iniciático que se puede comenzar en muchos lugares de la ciudad. Pero probablemente lo mejor sea comenzar por sus orígenes. Por la Ile de la Cité. La isla que el Sena atrapa y defiende como un cinturón de castidad guarda la virginidad de una moza. Es el escenario idóneo para comenzar a conocer la «ciudad del amor».
Madrid es, sin duda, una de las ciudades más atractivas de Europa. A su ambiente hospitalario y dinámico, se suma una importante oferta cultural y artística, fruto del empuje vital y creativo de sus habitantes a lo largo de los siglos. El Museo del Prado, el Palacio Real y la Catedral de la Almudena son solo algunos de los ejemplos más representativos de una capital que oscila entre la tradición y la modernidad.
La pronunciación de «Lisboa» es un sugerente adelanto de lo que la capital lusa tiene que ofrecer. Una ciudad unida al sur por dos impresionantes puentes bajo los que el Tajo se despide antes de bañarse en la mar. Mientras que al este maravillosas villas decoran playas y montañas en un idílico paisaje que lleva al visitante al reinado de Alfonso de Portugal y sus querellas con Castilla.
Lisboa de Oeste a Este
Lo primero que se identifica de Lisboa si se entra por mar es la Torre de Belem. Una construcción que hiciera de frontera con ultramar y que bien parece que quisiera navegar en busca de las tierras que conquistaron quienes salieran de su puerto. Precisamente junto a ella, cual proa buscando el Tajo, se alza un monumento en el que se identifican a los conquistadores portugueses.
A medio camino entre Lisboa y Oporto, sobre un meandro del río Mondego, Coimbra presta sus sinuosas calles sobre una loma y ofrece las más bonitas vistas del atardecer luso. Desde la orilla donde se encuentra el Convento de santa Clara las parejas buscan el amor prohibido del que fueron testigos esos muros. El infante don Pedro, desposado con Constanza de Castilla, se enamoró de una de sus damas de compañía, Inés de Castro. Según cuenta la leyenda las inmediaciones del convento eran escenarios de sus idílicas escapadas en las que daban rienda suelta a un amor imposible que acabó en tragedia.
Pero tras la leyenda Coimbra tiene mucho que mostrar. Santa Clara es visita obligada, y tras ella el puente homónimo sube a la ciudad. En lo más alto la Universidad, a la que se llega tras deambular por callejones en los que se conservan establecimientos centenarios. La Biblioteca Joanina constituye el núcleo y joya del conjunto, donde destacan los incunables guardados mimosamente en sus estanterías. A los pies la plaza de la República da paso al parque de santa Cruz, para regresar al río donde se obtienen las más hermosas vistas: el dorado del sol sobre Coimbra.