San Petersburgo, la europea capital rusa.
El rugido seco de un cañón hace volar bandadas de pájaros que hasta hace unos segundos picoteaban el suelo de la plaza. Los visitantes, menos acostumbrados que los autóctonos, buscan en el cielo la estela de algún cohete de fuegos artificiales. A la pregunta de qué ha sido ese ruido responden los habitantes del lugar que es el cañón del bastión. Según cuentan no falta a la cita desde 1730 haciendo sonar una salva al mediodía, saludando así a la ciudad de San Petersburgo y sirviendo de referencia entre el día y la noche en los interminables días del verano.
San Petersburgo debe el esplendor que hoy luce al zar Pedro I, de cuyo gobierno dan fe numerosas instituciones homónimas y la memoria de los rusos. El zar quedó enamorado de las ciudades europeas durante uno de sus viajes al viejo continente. Muy singularmente le asombró el uso de los canales en los países bajos y todas las «venecias» del norte que visitó en Europa. Por eso diseñó San Petersburgo a imagen y semejanza de los modelos occidentales.
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