Bienal Experimenta Design y Trienal de Arquitectura de Lisboa
Lisboa es una ciudad que acoge con los brazos abiertos, una actitud propia de las poblaciones abiertas al mar. Siempre hay motivos para visitar la capital lusa, pero ahora me llevan a sus calles dos importantes eventos que van a situar a Lisboa como la meca cultural europea: la Bienal Experimenta Design y la Trienal de Arquitectura de Lisboa. Dos acontecimientos en los que la arquitectura y el arte contemporáneo resurgen en la ciudad del Tajo. Una ciudad que embauca con cada visita y a la que siempre merece la pena volver.
Lisboa, capital europea de la cultura.
Mientras en otras ciudades europeas los artistas encuentran trabas para desarrollar sus proyectos, Lisboa abona el terreno en un año en que coinciden en sus calles dos importantes eventos culturales, motivo más que de sobra para visitar la capital portuguesa.
Experimentar el arte contemporáneo
Como cada dos años, desde 1999, Experimenta Design llena varios centros culturales de la ciudad, y algunas calles, de obras de arte en las que la vanguardia y el pasado se dan la mano. Este año la muestra se asienta en el barrio de Belém para hacer valer cada obra de arte que expone. El Convento da Trindade abre sus puertas y nos permite entrar en la sede central de la bienal. Aquí y en las calles colindantes se concentra el grueso de la exposición, aunque en mis tradicionales paseos por las calles próximas a la Plaza del Comercio he podido ver alguna obra de la bienal que también ha llamado mi atención.
Este año la bienal ha escogido como nombre aglutinador: No borders (Sin fronteras). El espectacular Convento de los Jerónimos, visita ineludible, ofrece el plato fuerte de este menú de arte. Los arcos góticos con aires renacentistas del convento dejan que la luz incida sobre algunas de las obras que ocupan su claustro. Se trata de la concepción de una decena de prestigiosos arquitectos, incluido alguno español, que han experimentado con el corcho creando sugerentes formas.
Lisboa para todos
Como no podía ser de otra forma un tranvía me lleva desde el barrio de Belém hasta Alfama. No sin antes visitar el Museo de la Electricidad que acoge una de las exposiciones de la trienal. En el camino se vuelven a hacer presentes las señales de que Lisboa es estos días una ciudad cultura para todos los gustos. Ya en el popular barrio de Alfama me dirijo al Palacio Sinel de Cordes, en el Campo de santa Clara, sede de la Trienal de Arquitectura.
Tres exposiciones y más de cien proyectos completan la oferta que me lleva a pasear por algunas calles adyacentes. Mi primer destino es el Mercado de las pulgas, o de los ladrones como se le conoce entre algunos vecinos. Aquí los objetos que en otro tiempo tuvieron otros dueños esperan a ser acogidos por manos que le den nuevos usos. Al final de Feria da Labras está el quiosco de Santa Clara, un mirador que gusto de visitar cada vez que vengo.
De nuevo un tranvía me acerca hasta el centro, pasando ante la Sé. En la calle Augusta se encuentra el Museo del Diseño. Aquí la trienal ofrece talleres dirigidos por prestigiosos arquitectos, aunque lo que voy buscando es la exposición de moda del diseñador Felipe Oliveira, que coincide en el tiempo con los dos eventos culturales y que nutre aún más la oferta de ocio de Lisboa para estos meses.
Ruta por Lisboa
No podía ser de otro modo. Siempre que visito Lisboa me gusta hacer un recorrido por sus calles y volver a disfrutar de cada uno de sus rincones al ritmo de los tranvías.
Símbolos de identidad
Desde la vecina población de Almada, bajo la figura del Cristo que mira a Lisboa, me detengo a contemplar el ajetreo del puerto de la ciudad y trato de distinguir tímidamente los tranvías que recorren el barrio de Belém en dirección al centro. El Puente 25 de abril es mi puerta de entrada.
Dos fechas hay en Lisboa que han marcado el devenir de la ciudad. De un lado la noche fatídica de difuntos de 1755 cuando temblaron los cimientos de la ciudad y las endebles construcciones de los vecinos cayeron unas sobre otras, provocando un inmenso incendio que arrasó gran parte de Lisboa. De otra parte, el día de la revolución, el 25 de abril de 1974, cuando Portugal se levantó contra el poder establecido y sembró de nuevo la democracia.
Recuerdos de los dos días hay por doquier. Pero la segunda fecha tiene el mayor emblema. Un enorme puente colgante de color rojo, cual si fuera hermano del famoso puente Golden Gate, se levanta majestuoso sobre el Tajo, permitiendo cruzar el gran río en apenas unos minutos.
Belém, barrio señorial
El tranvía 15 me deja ante la puerta del Palacio de Belém, que acoge la residencia del Presidente de la República. Dos museos abren sus puertas a los visitantes. El Museo de la República y el Museo de los Coches. Por mi parte me decido a continuar a pie siguiendo la calle homónima al barrio. Voy buscando una de las pastelerías que han colaborado a hacer famoso el barrio de Belém por sus dulces, Pastéis de Belém.
A la derecha surge la Calçada do Galvão, que me lleva a un gran parque, el Jardín Agrícola de Ultramar. Desde allí me encamino hacia una de las joyas arquitectónicas de Lisboa, el Convento de los Jerónimos. Un bello complejo de estilo gótico tardío con pinceladas renacentistas, del que destaca su claustro. Estas instalaciones son en muchas ocasiones utilizadas para exposiciones, como es el caso del evento que nos ha traído hasta Lisboa, la bienal de arte Experimenta Design.
Muy próximos hay algunos palacios y museos que pueden ser una opción si se va con tiempo. Aunque lo que ahora buscamos es el Centro Cultural Belém, donde se exponen obras de importantes artistas y arquitectos que estos días llenan de cultura la capital lusa.
Tras descansar en el jardín de la Plaza del Imperio, paso bajo las vías del tren hasta el Prado de los Descubrimientos. Aquí una gran escultura rinde homenaje a los hombres que se embarcaron en las primeras aventuras de colonización del Nuevo Contienente. Desde su cima, a la que se sube en ascensor, contemplo una gran rosa de los vientos que me marca el rumbo hacia mi siguiente visita, la Torre de Belém. Un baluarte, ejemplo de la arquitectura manuelina que se me asemeja a un barco que zarpa hacia el Atlántico.
Baixa Chiado, el poder del pueblo
De nuevo el tranvía me lleva hasta la Plaza del Comercio. Atravieso el gran arco que sirve de puerta de la ciudad y subo por la calle Augusta, sin dejar de mirar por cada bocacalle que se abre a la izquierda, hasta que aparece el Elevador de santa Justa, un emblema de Lisboa. Una visita irresistible donde ver atardecer mientras se tornan de dorado la fachada de la Sé y el Castillo.
Desde el mismo elevador una pasarela me acerca al Convento del Carmen, cuyos pilares dan testimonio del terremoto. La calle de la Trinidad me lleva hasta el teatro del mismo nombre y las iglesias de Loreto y la Encarnación. La iglesia de los Mártires también queda próxima. Continúo por Serpa Pinto hasta el Museo de Chiado, para luego bajar por la calle del Arsenal de nuevo hasta la Plaza del Comercio.
Siguiendo el paseo y girando a la izquierda después me encuentro con la enorme Iglesia de Nuestra Señora de la Concepción. Otra obra de la arquitectura manuelina. Vuelvo a encaminar mis pasos por la calle peatonal Augusta. Ahora pintores y artesanos locales montan sus puestos ofreciendo todo tipo de obras de arte, rivalizando con los grandes maestros que estos días llenan la ciudad con sus construcciones.
Al final del paseo, antes de llegar a la estación central, me entretengo en las plazas de Figueiras y de don Pedro IV. Aquí es donde se aprecia el bullicio de la ciudad, de propios y extraños que no cesan de dirigirse a un lado y otro, alguna carrera para coger el tranvía que se escapa y algún salpicón de los niños jugando en sus fuentes. En esta zona de la ciudad las grandes franquicias internacionales ocupan los establecimientos menos rentables de negocios de antaño. Pero aún queda algún café o alguna tienda de las de antes.
Siempre que vengo a la ciudad me gusta pasear por la calle de san Antonio, ante la fachada de la Iglesia de santo Domingo. De allí pongo rumbo a la Plaza de los Restauradores, desde donde subo en el funicular por la cuesta de la Gloria.
Mouraria y Alfama, la raíz de Lisboa
No me queda mucho tiempo de luz y quiero aprovechar para visitar la parte más antigua de la ciudad. Los barrios de Mouraria y Alfama. Así que tras bajar la Gloria en funicular me dirijo a la Plaza de Figueira y desde allí tomo la calle Borratem hasta la gran Plaza de Martim Moniz.
En esta plaza abre sus puertas para celebrar misa la Iglesia de la Salud. Momento que aprovecho para contemplar los hermosos azulejos de las paredes. Cuando salgo tomo la calle de la izquierda, buscando Lago da Rosa, para visitar el palacio homónimo. Tras la parada sigo mi itinerario paralelo al lienzo de murallas del castillo, que se levanta a varias alturas sobre mi cabeza. La Iglesia de san Cristóbal y el Mercado Chao de Loureiro me anuncian que se encuentra cerca la Sé de Lisboa, la Catedral, en la que entro para conocer su tesoro y las ruinas romanas.
La subida del Augusto Rosa me lleva hasta el mirador de santa Lucía. Las vistas sobre el Tajo son impresionantes. Como también lo son las vistas de Lisboa que me ofrece el Castillo de san Jorge. Final de mi trayecto y parada obligada de los visitantes.
Al aproximarse la noche no es difícil encontrar alguna taberna en la que degustar los manjares de Lisboa y disfrutar del son del fado.
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