Viajar a Cabo Verde es encontrarse con un pedazo de África en medio del Océano Atlántico, con paisajes curiosos y playas atractivas pero sin las aglomeraciones de los lugares poblados de turistas que sólo buscan arena y sol: aquí hay mucho más. El país no hace honor a su nombre, no es verde porque no abunda la vegetación, es más bien la prolongación de la vecina Senegal que salpica el mar con una decena de islas singulares y llenas de encantos para todos los sentidos.
Lo que te conquista del archipiélago es la gente, su forma de ser, su amabilidad, su sencillez, su risa, su mestizaje. Es una antigua colonia portuguesa llena de mulatos con una simpatía sin igual y cuerpos, los de ellos y ellas, magníficamente esculpidos, quizá fruto de esa curiosa mezcla europea y africana y de una vida tranquila en un lugar mecido por el viento y el mar. Quizá sus camisetas de fútbol de equipos europeos, su gran cultura y su atención al viajero nos los hacen más cercanos aún, llenos de humanidad.
Lo habitual es comenzar la visita por la Isla de Sal, ya que es la que tiene el aeropuerto internacional y cuenta con muchos resort y enormes playas de arena dorada. Los grandes hoteles conviven con otros más modestos pero acogedores. La ciudad de Santa María es encantadora, con esas imágenes casi irreales que parecen extraídas de una postal, con casas pintadas de todo tipo de colores extravagantes, desde el rosa hasta el verde. Además, es un paraíso para practicar surf, ya que nunca falta el viento.
En la isla de Santiago, Cidade Velha es una visita imprescindible, la ciudad más antigua. Colón y Vasco de Gama pasaron por este enclave cargado de historia, fue el primer lugar del archipiélago habitado por europeos y el punto de referencia en la venta de esclavos. La capital del país también se encuentra en esta isla, se llama Praia, es el núcleo con mayor población y cuenta con interesantes edificios históricos, como el Palacio Presidencial, del siglo XIX.
Si nos desplazamos a la isla de Sao Vicente, encontramos Mindelo, la segunda ciudad en importancia y probablemente la más animada del archipiélago, con edificios coloniales y mercados y también mucho ambiente nocturno de bares y discotecas. La Biblioteca Municipal, el Palacio do Povo y la Escuela Jorge Brabosa son algunas de las visitas de referencia dentro de una arquitectura muy particular. Esta isla, que también tiene aeropuerto y buenas conexiones por barco, es una de las más atractivas por su paisaje montañoso.
Pero si lo que buscamos es un turismo activo y practicar senderismo, por ejemplo, la Isla do Fogo y su Parque Natural es más que recomendable. De origen volcánico y con más vegetación que otras, tiene rincones que bien merecen sacar la cámara de fotos.
Boa Vista también merece una visita porque la ciudad de Sal Rei se está convirtiendo en la capital gastronómica del país. La influencia de la cocina portuguesa junto a los ingredientes autóctonos africanos ofrecen platos increíbles, basados principalmente en el pescado y el marisco, pero con otras curiosidades, como las ricas sopas. Si hay que citar una receta, el «pastel con diablo dentro», es seguramente de lo más original, ya que contiene atún fresco, cebolla y tomates servidos en una masa de patata y maíz.
Cada rincón del país tiene su encanto. Desde la isla de Maio, casi desértica, hasta la de Santo Antao, una auténtica belleza tropical. Recorrer sus pueblos y acercarse a su cultura y sus costumbres es un placer al alcance de cualquier visitante, que se encontrará las puertas abiertas.
El clima en Cabo Verde es seco y caluroso, pero muy agradable por estar en medio del mar. Realmente, cualquier época es buena para visitarlo, aunque es en verano cuando se llena de turistas que llegan cada vez en un mayor número, ansiosos por descubrir sus encantos.
Hay una palabra muy caboverdiana que sintetiza muy bien lo que es el país: ‘morabeza’. Para los habitantes es una mezcla de conceptos como belleza, paz interior y alegría de vivir. Con eso se quedará el turista, Cabo Verde es un paraíso de ‘morabeza’ al que merece la pena volver.
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