Hablar de Cuenca supone mencionar sus Casas Colgadas, el puente sobre el río Huécar o los paseos y senderos que bordean los grandes tajos siguiendo la hoz del Júcar. Pero Cuenca oculta mucho más entre sus muros de piedra natural. Oculta cultura, intrincadas callejuelas, magníficas puestas de sol sobre los llanos de La Mancha y una experiencia para el viajero que quedará más que satisfecho con la visita.
Cuenca, Patrimonio de la Humanidad
Cuando en 1996 la UNESCO inscribió a Cuenca en la lista de ciudades Patrimonio de la Humanidad se hizo justicia, al tiempo que se le dio una singular protección a este conjunto de piedras calizas sobre las que se encaraman rascacielos que bien podrían llamarse “rascasuelos”, y de cuyos balcones Pío Baroja vio asomarse a un burro. De hecho, en tiempo, Cuenca debió ser la única ciudad en la que se podía ver a un asno asomado en un quinto piso. Pero vayamos por partes.
Todo comienza en la Plaza Mayor
Durante siglos la Plaza Mayor de Cuenca ha sido el centro neurálgico de la ciudad, una vía obligada y un punto de encuentro de los visitantes con los primeros tesoros conquenses. La plaza, lejos de ser cuadrada, como marcan los cánones, reproduce la propia forma de la ciudad antigua, perfilada por los ríos Júcar y Huécar, que se unen a la entrada de la villa y que colaboran a darle la imagen que hoy tiene.
La plaza, alargada y con una suave pendiente, nace bajo los arcos del Ayuntamiento, que atraviesan viandantes y conductores en su trayecto a la parte más alta de la ciudad. La fachada barroca del Ayuntamiento contrasta con su pared posterior, la primera que recibe al visitante cuando sube por la cuesta de Alfonso VIII. Allí, a modo de recibidor, está la Oficina de turismo de Cuenca, visita obligada para obtener un plano y que nos orienten para aprovechar al máximo el viaje.
El mayor edificio de Cuenca
Una vez dentro de la plaza, a la derecha, nos sorprenden unas serpenteantes fachadas inclinadas y coloridas. La fotografía es inevitable. No es un efecto visual. En realidad las casas están ligeramente inclinadas sin seguir ningún patrón concreto. Simplemente buscan la forma más cómoda de mantenerse en pie debido al deterioro de sus vigas. Pero no hay ningún peligro. Es más, es un buen lugar donde tapear antes de iniciar la ruta.
Las coloridas fachadas inclinadas comparten protagonismo con la vecina fachada de la Catedral de Cuenca, el edificio más grande de la ciudad antigua y que linda con las famosas Casas Colgadas (que no colgantes).
Esta que vemos es la tercera fachada de la catedral. Parece inacabada, y de hecho lo está. La falta de presupuesto hizo que el proyecto se quedara a menos de la mitad, así que imagina cómo debía ser la obra concluida. La fachada data de principios del siglo XX, si bien se diseñó en estilo neogótico, a similitud de la fachada del consistorio. Las anteriores fueron pasto de diversos accidentes naturales provocados por rayos. Tras la fachada se extiende la Catedral (visita muy recomendable) y el palacio arzobispal (también se puede visitar).
La casa de Velázquez y Perales
Bordeando la Catedral nos encaminamos a la calle Julián Romero, una ronda desde la que se obtienen unas magníficas vistas de la hoz del Huécar.
En esta calle es notable la presencia francesa en la ciudad. Cuando Cuenca comenzó a crecer en número de habitantes, los antiguos patios de las viviendas se ocuparon con habitaciones. A la llegada de los franceses se impuso una higiénica moda, crear un espacio para los retretes. Pero las viviendas estaban completamente ocupadas, así que se hicieron en apéndices exteriores. Los retretes que aún funcionan son esas pequeñas prolongaciones que salen de las fachadas de las casas, con su correspondiente tubería para evitar aquello del “¡Agua va!”.
En la calle Julián Romero se pasa ante un hotel sobre cuya puerta se yergue una figura de San José. Fue un antiguo colegio. En la casa colindante vivió el cantautor José Luís Perales, y mucho antes había sido del yerno de Velázquez. Sin que exista documento que lo acredite, sí hay motivo para pensar que el pintor sevillano se alojó allí alguna vez haciendo parada para ver a su hija camino de Nápoles.
El acueducto de Carlos I
Seguimos en dirección ascendente y llegamos a un mirador. Frente a nosotros el actual Parador de Cuenca, antiguo convento dominico unido a la ciudad por el Puente de San Pablo. Una estructura de hierro centenaria que vino a sustituir al puente original de piedra y que debía servir para facilitar el tránsito entre el convento y la ciudad. Hoy forma parte de los bienes monumentales de Cuenca y es coprotagonista de muchas fotos junto con las Casas Colgadas.
Llevando la vista hacia la parte alta de la ciudad, entre las fachadas de piedra que se levantan varias decenas de metro sobre el río, unos arcos intuyen el acueducto que durante siglos trajo agua a la ciudad. La obra la autorizó el rey Carlos I, después de que los conquenses alegasen que necesitaban una forma segura y rápida de tener agua por si había un incendio en la ciudad. Sobre el acueducto se levanta otro magnífico mirador que bien merece una visita, especialmente durante el atardecer.
Cuenca a vista de pájaro
Sobre el actual Parador de Turismo, siguiendo un sendero que nace a las puertas del antiguo convento, se llega al mirador del cerro del Socorro, donde hace años se instaló una gran imagen del Sagrado Corazón.
Es el punto más alto y privilegiado para ver Cuenca a vista de pájaro, muy aconsejable al amanecer, cuando los primeros rayos de sol inciden sobre la caliza piedra. Para llegar al mirador se puede optar por el sendero o subir en coche, a través de una pista forestal que surge en el kilómetro cinco de la hoz de Huécar.
De batallas y castillos
La calle Julián Romero, personaje por cuya historia debéis preguntar en Cuenca, concluye en las proximidades del antiguo castillo. Antes de subir, eso sí, merece la pena asomarse al mirador que hay junto a la antigua cárcel, previamente sede de la Inquisición y hoy archivo. Las vistas hacen inevitable tirar de cámara para tratar de inmortalizar un trozo de los maravillosos paisajes de Cuenca.
El castillo de Cuenca dista mucho de parecerse al resto de castillos que abundan por estas tierras. Tan solo tiene dos paredes, y no necesita más. Un arco debía levantarse en el lugar donde hoy quedan los restos de un gran foso, mientras el otro distaba apenas cuarenta metros siguiendo el sentido ascendente y también con su correspondiente foso. La pared superior permanece en pie, dando una idea de lo que fue.
El castillo no tiene muros laterales. En su lugar caen a pique dos enormes paredes naturales de piedra caliza que lo hacían inexpugnable. De hecho, el rey Alfonso debió asediar la ciudad durante nueve meses para que se rindiera.
El castillo es a la vez mirador, si bien, es aconsejable terminar de subir hasta la parte más alta de la ciudad antigua de Cuenca. Allí está otro de los miradores indispensables sobre el Huécar.
La hoz del Júcar
Hasta ahora hemos conocido Cuenca siguiendo la ronda de uno de sus ríos, el menos caudaloso, ahora nos cambiamos de vertiente y bajamos a la parte nueva de la ciudad siguiendo el discurrir del río Júcar.
Aquí la ciudad no se muestra tan espléndida como en el otro flanco. Este era el camino natural de los invasores, y la disposición de las casas responde a criterios defensivos. La ronda, no obstante, nos depara interesantes visiones, como la que se tiene desde el mirador de “los ojos de la mora” (otra historia que debéis conocer de boca de algún vecino).
El monte que tienes enfrente está dominado por pinos, y entre ellos dos ojos que miran a Cuenca como los mirase la mora de la leyenda (y hasta aquí puedo contar).
Seguimos bajando hasta llegar a la iglesia de san Miguel. Su mirador ofrece una buena visión de la puerta de san Juan, por donde hubiera de entrar el rey Alfonso con sus soldados ocultos bajo pieles de cordero. Ya van tres, con esta, las leyendas e historias nacidas en torno a Cuenca. Para conocerlas todas deberás visitar la ciudad.
Y por último las Casas colgadas
A nosotros se nos acaba la ruta, pero antes vamos a visitar las Casas colgadas, quizás el monumento más fotografiado de Cuenca. Sus balcones hoy vacíos, pertenecen al Museo de arte abstracto. A ellos se llega bordeando la catedral por la calle Canónigos y tras pasar bajo un arco.
La fotografía es irresistible, como también lo es cruzar hasta el Parador por el Puente san Pablo. Y hasta aquí nuestro inolvidable viaje a Cuenca.
Si quieres conocer las leyendas de Cuenca y descubrir todos sus rincones, escoge algunos de los viajes a Cuenca que te ofrecemos y cuéntanos tu experiencia.