San Petersburgo, la europea capital rusa.
El rugido seco de un cañón hace volar bandadas de pájaros que hasta hace unos segundos picoteaban el suelo de la plaza. Los visitantes, menos acostumbrados que los autóctonos, buscan en el cielo la estela de algún cohete de fuegos artificiales. A la pregunta de qué ha sido ese ruido responden los habitantes del lugar que es el cañón del bastión. Según cuentan no falta a la cita desde 1730 haciendo sonar una salva al mediodía, saludando así a la ciudad de San Petersburgo y sirviendo de referencia entre el día y la noche en los interminables días del verano.
San Petersburgo debe el esplendor que hoy luce al zar Pedro I, de cuyo gobierno dan fe numerosas instituciones homónimas y la memoria de los rusos. El zar quedó enamorado de las ciudades europeas durante uno de sus viajes al viejo continente. Muy singularmente le asombró el uso de los canales en los países bajos y todas las «venecias» del norte que visitó en Europa. Por eso diseñó San Petersburgo a imagen y semejanza de los modelos occidentales.
En este año, en que se cumplen trescientos diez desde la fundación de la ciudad, San Petersburgo se presenta como la joya mimada de la corona rusa. Una ciudad de refinado lenguaje, sinuosos canales, torres que pretenden arañar el cielo y una oferta cultural que poco tiene que envidiar a las grandes urbes europeas. Una ciudad que tras la restauración con motivo del tercer centenario se muestra más esplendorosa y cuyos atractivos bien merecen una tranquila visita.
Las interminables noches blancas
Las ciudades más septentrionales del globo terráqueo se desvelan en verano al son de un sol que nunca termina de ponerse. Probablemente la mejor fecha para disfrutar de San Petersburgo, la ciudad del Pedro I, sea en verano. La temperatura alcanza cotas agradables y la oferta de actividades se prolonga más allá del sol de medianoche.
Desde hace veinte años se celebra en la capital del Báltico el Festival de las Estrellas de las Noches Blancas. El epicentro de este acontecimiento cultural está en el renovado teatro Mariinsky. Aunque el escenario puede ser cualquier lugar de San Petersburgo alumbrado por las blancas luces de las noches interminables. La agenda ocupa un mes desde mayo a junio, y reúne a artistas invitados de todos los rincones del planeta.
Aparte de los eventos que por doquier abundan en San Petersburgo, los restaurantes y muchos negocios de la ciudad permanecen abiertos ininterrumpidamente. Aumentando una oferta turística en la que los cruceros por los canales son un atractivo de este día sin fin, en la más bella «venecia del norte».
Ruta a pie por San Petersburgo
En los primeros pasos por San Petersburgo nos acompaña el río Neva en su último tramo antes de desembocar en el mar Báltico. Una isla en la orilla derecha alberga la fortaleza que fue el germen de la ciudad. El primer bastión que ordenó construir el joven zar Pedro I.
Desde el exterior nos llama la atención la imponente aguja de la Catedral ortodoxa de San Pedro y San Pablo, que da nombre a la fortaleza. En los aledaños del conjunto se conserva el buque Aurora, del que sonó el primer cañonazo y que marcó la toma del Palacio de Invierno. Merece la pena dedicar un paseo a recorrer la fortaleza y visitar el interior de la catedral. De ella nos asombran las columnas de mármol blanco y las lámparas de araña. El bastión militar sirve además de descanso eterno para un rosario de zares y grandes personalidades rusas.
Cruzando el Neva nos espera las impresionantes joyas del museo Hermitage y el Palacio de Invierno. La pinacoteca se sitúa entre las cinco más importantes del mundo, dada su amplia colección de arte y las estancias que las acogen. Entre sus muros se guardan más de dos millones y medio de obras de arte que abarcan todos los tiempos y que tienen su origen especialmente en Europa.
En el mismo complejo es visita ineludible el Palacio de Invierno, obra del arquitecto italiano Bartolomeo Rastrelli. Aunque el edificio data del siglo XVIII está inspirado en el dorado barroco italiano. Desde que se entra las paredes no dejan lugar a dudas sobre la magnificencia de la obra. Las esculturas que nacen de las cornisas dan paso a guirnaldas doradas que recorren todas las estancias. La escalera principal, insignia del palacio, da acceso al Salón del Trono, cuya imagen asombra a propios y extraños.
Al salir del palacio una gran plaza nos da la bienvenida. Una plaza llena de vida que es el centro de la actividad cultural. En ella se celebran conciertos y actos culturales especialmente coincidiendo con los meses de verano. En el centro una enorme columna preside la explanada. Se trata de un homenaje al zar Alejandro I, que encabezó la batalla contra Napoleón Bonaparte. Está rematada por un ángel cuya cara, se dice, es fiel imagen del joven zar.
Se hace irresistible atravesar el arco del Estado Mayor, que da acceso al entramado de calles que constituyen esta orilla del Nerva. El arco nos hace pasar a la calle Bolshaya Morskaya, que junto a su paralela son las más aristocráticas de San Petersburgo. La casa número cuarenta y siete fue en otro tiempo el hogar del célebre Vladimir Nabokov, autor de «Lolita».
Siguiendo el transcurrir de la calle se desemboca en la Plaza San Isaac. Una estatua ecuestre fija su mirada en la catedral homónima cuya cúpula dorada es un símbolo de San Petersburgo. Sobre el caballo no podía estar otro que el fundador de la ciudad, Pedro I el Grande. La visita a la catedral merece la pena, pues su lujoso interior es muestra de la grandeza de la ciudad. Además se puede acceder a la cúpula, que por ser el segundo edificio más alto ofrece magníficas vistas.
Cruzando el río Moika se llega a la Catedral de Kazan. Su planta recuerda a la Basílica de San Pedro del Vaticano. La plaza que preside una gran columna da vista a la avenida Nevsky. Una calle donde se dan lugar lujosos edificios, las tiendas más exclusivas y que sirve de arteria hasta desembocar en el canal Griboedova, que atraviesa de este a oeste el trazado urbano de San Petersburgo, pasando ante la Catedral de San Nicolás de los Marinos.
El canal que surge frente a la Catedral de Kazan nos deja en las puertas de la Iglesia del Salvador sobre la Sangre Derramada. Sus cúpulas multicolores son un bello espectáculo arquitectónico, aunque el verdadero tesoro está dentro. No hay ni un centímetro de pared que no esté pintado de frescos ortodoxos a los que dan luz lámparas de cobre, mientras el suelo nos devela incrustaciones de una veintena de metales preciosos.
Un crucero por el Nerva
Siguiendo el canal del Moika y posteriormente el río Fontanka llegamos al embarcadero del Nerva. Una vez allí sobre habremos de escoger alguno de los barcos que ofrecen cruceros por la arteria principal de San Petersburgo.
Navegando hacia el Báltico queda a nuestra derecha la isla de Vasilevskiy. Entre sus orillas se aloja la Universidad de San Petersburgo, la Escuela Naval (con su Academia de las Artes), así como varios museos interesantes para todos los gustos e inquietudes. Entre los más visitados está el Museo Erótico, entre cuyas piezas se encuentra el falo de Grigori Rasputín, un reconocido místico, cuyo tamaño asombra a ambos géneros.
A las afueras de la ciudad, en la orilla izquierda, se alza el Palacio de Peterhof. De él se dice que es el Versalles ruso. De su fachada surge una cascada cuya agua desemboca en el Golfo de Finlandia a través de un canal artificial, y es que el agua está muy presente en este complejo, habida cuenta del gran número de fuentes que en él existen. El conjunto conformaba la residencia de verano de los zares. El palacio lo mandó construir la zarina Isabel, que depositó su confianza en Rastrelli. Razón por la que recuerda al estilo barroco del Palacio de Invierno.
Junto a Peterhof se haya la residencia de Catalina la Grande, madre del zar Pablo I. De él destaca el jardín de estilo inglés, por cuyos caminos se dice que pasearon prestigiosos pensadores rusos, dado el carácter protector de Catalina y su interés por las ciencias y el arte.
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