Viajar a Sevilla da la oportunidad de conocer sus leyendas, transmitidas desde hace siglos, de intuir lo que hay de realidad y lo que pone la imaginación. Una ciudad que prácticamente vive para sus fiestas mayores: la Semana Santa y la Feria de Abril. Que cada primavera se viste de azahar, se deja atravesar por el Guadalquivir y se baña con el sol que le regala una luz y un clima inmejorables.
Sevilla puede resultar inabarcable en el primer viaje, por lo que vamos a dejar un buen sabor de boca durante la primera estancia, para incitar a pasar de nuevo las vacaciones en esta urbe edificada por Hércules y cercada por Julio César.
De la Fama a Santa Cruz
Sevilla nació en el barrio de Santa Cruz. Un intrincado laberinto de calles de arquitectura árabe al que acuden los sevillanos y turistas para huir del calor del sol en las horas centrales del día. Aunque hay más que sombra y frescor entre sus pasadizos.
Antes de entrar nos detenemos ante la portada de la antigua Fábrica de Tabacos, hoy sede de la Universidad de Sevilla. Por esta puerta, que da a la calle San Fernando, entraban y salían las mujeres que se ocupaban de liar los cigarrillos. Bien parece que se tratara de un acuartelamiento. Y de hecho, si se bordea el edificio, se observa un generoso foso por su parte posterior, además de garitas en las esquinas. La justificación es no es otra que el valioso tabaco y su fiscalidad en los tiempos de antaño.
Las mujeres “tabacaleras” inspiraron la ópera Carmen, que cuenta la historia de amor entre una de las chicas y uno de los soldados apostados a la entrada del edificio. Precisamente sobre la hermosa portada barroca está la protagonista de nuestra primera leyenda.
Presidiendo la entrada de la Fábrica de Tabacos está la diosa Fama, o Feme si se prefiere. Parece un ángel tocando una suerte de trompeta. Se dice que hace tiempo un señor se sentaba todas las mañanas frente a la portada de la antigua fábrica, observando la estatua y a las chicas que pasaban por el gran pórtico. Uno de los soldados de la guardia, extrañado de su continua presencia, se dirigió al señor y le preguntó qué hacía allí todos los días, a lo que este respondió: “dicen que la diosa Fama toca su trompeta cada vez que una mujer virgen pasa bajo este arco, y hace años que no la escucho sonar”.
Esta leyenda, con más sátira que verdad, nos encamina al barrio de Santa Cruz. Para acceder a él atravesaremos por los Jardines de Murillo, bordeando las murallas del Alcázar. Estos jardines originariamente eran parte de la fortaleza, pero en 1929, con la Exposición Iberoamericana de Sevilla, se abrieron al público para facilitar el acceso al barrio de Santa Cruz.
La casa del Diablo
A la sombra de grandes y centenarios árboles, que comparten espacios con generosos naranjos de fruto amargo, accedemos al casco antiguo de Sevilla por una de sus muchas puertas. Justo frente a nosotros, en una diminuta plaza, se encuentra la que se conoce como “La casa del Diablo”.
Descuida, nunca Lucifer puso los pies en ella ni su leyenda está relacionada con episodios de terror. Sí que te tengo que pedir que observes una curiosidad en la fachada: ¿cuántas rejas diferentes ves? Observarás que todas las rejas de cada una de las ventanas son distintas. No hay dos iguales. Pero hay una que es especial. La que se encuentra abajo, en la esquina. Sus hierros están “cosidos” de forma irrepetible. De hecho solo hay tres rejas iguales en el mundo: dos en Francia y esta.
Te voy a pedir más: intenta hacer lo mismo o dile a un herrero que te haga una copia. Es imposible. Te dirán que para hacerla es necesario ser el mismísimo diablo y forjar con hierro hirviendo. Por eso se dice de esta que es la casa del Diablo.
Las calles agua, vida y muerte
En la misma plaza, siguiendo el lienzo de murallas, se observan dos grandes oquedades. Son las antiguas tuberías del agua potable que proceden de una ciudad situada a 50 kilómetros (Carmona). Estas tuberías las construyeron los árabes y las integraron en las murallas para repartir el agua por toda la ciudad, en lo que es una de las primeras redes de abastecimiento hídrico del mundo.
El agua es la fuente de la vida, ¿verdad? Bien, pues la calle que discurre paralela a la muralla es la Calle Agua. En ella se abren varios patios señoriales que merecen más de una foto. A continuación de la calle agua está la Calle Vida, obviamente. Y tras la vida, la Calle Muerte. Y una leyenda que justifica este nombre.
La leyenda de Susana Ben Susón
Cuentan los relatos antiguos que en la calle Muerte vivía una joven judía hija de uno de los grandes mercaderes de Sevilla. En tiempos de los Reyes Católicos este hombre y su familia acumulaban las mayores riquezas de la ciudad, pero no tenían el poder político. La historia relata que Susón y sus partidarios conspiraron para asentarse como los señores de Sevilla, pero finalmente fueron apresados y ajusticiados en la hoguera antes de que conseguir poner en práctica su plan. Alguien los delató.
Susana Ben Susón se enamoró de un caballero hijo de los señores de Sevilla. La chica quería mucho a aquel hombre y quería casarse con él a pesar de las leyes judías y la negativa de su padre. En un arrebato de ira, y como venganza a no poder contraer nupcias con el joven, le confesó los planes conspiratorios de su padre y sus compinches.
Esta confesión permitió a las fuerzas del orden detener a tiempo la conspiración, acabando con la vida de Susón. La joven, aterrada por lo que había hecho, vivió el resto de sus días en la clausura de su casa. Un día, al saberla muerta, encontraron junto a su cuerpo una nota que decía que había traicionado a su padre y no merecía perdón, y para su escarmiento que le cortaran la cabeza y la pusieran en la jamba de la puerta de su casa. Así se hizo, y allí estuvo su carabela durante siglos, hasta que finalmente se enterró con digna sepultura y en su lugar hoy una placa sustituye al cráneo de la joven y mantiene viva su leyenda.
Don Juan Tenorio y doña Inés
A solo unos metros de donde se rememora la leyenda de Susana Ben Susón tuvo lugar los hechos que inspiraron a José de Zorrilla para escribir el acto sacramental de Don Juan Tenorio. En la plaza de los Padres Venerables hay un pequeño hostal que hace esquina. En sus habitaciones se alojaba el genial escritor, y desde allí se dice que vivió aquella historia que él hizo obra literaria, pero que no te voy a contar. Para conocerla es mejor que acudas al que fue testigo de la terrible gesta.
Aún no hemos salido del barrio de Santa Cruz y nos quedan muchas historias y leyendas de Sevilla por relatar, en esta original ruta por algunos de los rincones con más solera de la ciudad hispalense.
Entre el Alcázar y la Catedral
El Alcázar fue la residencia del rey Pedro I, para unos El Cruel y para otros El Justiciero. De su él y su cabeza se cuenta en Sevilla una leyenda con más de verdad que de cuento, pero quizás sea mejor escucharla allí mismo donde ocurrió, en la calle Cabeza del Rey don Pedro.
Nosotros nos encontramos lejos de allí. Estamos ante el Alcázar, palacio real de Sevilla que aún hoy tiene reservado varios aposentos y estancias para acoger a las visitas de la monarquía. En su interior también hay leyendas, como la que explica una gran mancha de sangre impregnada en el mármol y que es imposible de quitar. Entre en este palacio, no lo dude. Sus estancias y jardines están llenos de historias, casi todas con protagonistas “reales”.
Junto al Alcázar se levanta el mayor templo barroco de la cristiandad, la Catedral de Sevilla. Con una torre con nombre propio, la Giralda. Por cierto, en la que se instaló el único reloj de este hemisferio que está orientado al norte, y que justifica su total inutilidad, pues nunca ningún rayo de sol proyectó sombra sobre sus números.
Y aquí interrumpimos nuestra peculiar ruta por las leyendas de Sevilla, esperando haber dejado un buen sabor de boca y ganas de aprovechar las ofertas de viaje a Sevilla para continuar descubriendo todo lo que tiene que ofrecer.