Galicia, una tierra mágica
La niebla comienza a levantar. El viento virazón del mar quiere enfriar la tierra que tímidamente calientan los primeros rayos de sol. Aunque la ría ya hace tiempo que está despierta. Desde mucho antes del alba el trajín de barcos entrando y saliendo mantiene el agua en movimiento. El ronroneo de los barcos pesqueros en demanda de Gran Sol se alterna con el de los cruceros que vacían sus entrañas llenas de turistas en la terminal portuaria. Visitantes que vienen atraídos por la magia de una tierra, los sabores de sus costas y las historias de sus habitantes. Galicia, una tierra donde la muerte está tan presente como la vida. Una tierra rebosante de naturaleza, gastronomía y cultura.
Ría de Vigo
Las Rías Baixas conforman la costa meridional de Galicia. El mar, menos bravo que en las vecinas Altas, penetra en la tierra. Las corrientes frías del norte, ricas en nutrientes, bañan cada rincón de las rías, procurando mariscos de exquisito sabor.
El vino de la denominación de origen homónima es el mejor acompañante en la mesa. Mesa que se viste de sabores, olores y colores para engatusar a propios y extraños con algunos de los mejores manjares de la tierra y el mar.
La Ría de Vigo se abre a la mar protegida por las Islas Cíes. Tres islas que forman parte del Parque Natural de las Islas Atlánticas de Galicia. Un lugar en que la naturaleza se mima, y al que solo se puede acceder tras superar los controles administrativos en una de las embarcaciones que cruzan desde la costa.
Vigo es una ciudad marinera. Fe de ello da su enorme puerto. Donde cada día se subasta un tercio del pescado que entra la península. Donde los barcos que regresan de las impetuosas aguas del norte son recibidos con llantos y alegría. Donde se hace presente la muerte y la vida. Y es que en Galicia la muerte siempre ronda cerca. Junto al puerto, en el barrio marinero, no es difícil encontrar bares foráneos con nombres como «Das Almas Perdidas». Una taberna en la que se puede tomar un buen desayuno con café y churros.
Cuando acaba el puerto comienzan las playas. La arena fina y blanca, propia de las costas atlánticas, son ideales para dar un paseo matinal aprovechando la brisa del mar. O visitar el Museo del Mar. Aunque cuando la ciudad comienza a ponerse en marcha lo más aconsejable es acercase al centro, a la Calle de las Ostras. Multitud de puestos abren cada día para ofrecer riquísimas ostras que sirven con un poco de limón. Un manjar que sabe a mar y que se deja acompañar por un vino Albariño, el blanco de la casa.
Tras tomar fuerzas las calles del centro se llenan de vigueses y turistas que buscan en sus tiendas los tesoros del mar y la tierra. Mientras otros, más habidos de alimentar los placeres visuales, suben hasta el Monte Da Guía. Un parque que alberga en su cima la ermita de «Nosa Señora das Neves», desde la que se tienen inmejorables vistas de la Ría de Vigo, la ciudad y las Islas Cíes.
De nuevo en el casco urbano es aconsejable visitar otro de sus parques. De los que abundan en Vigo. El parque de Castrelos es una enorme extensión de cuidada naturaleza que es el orgullo de la ciudad. Tiene jardines de diversos estilos, un lago artificial, un amplio auditorio y un magnífico pazo, hoy Museo de Quiñones de León y ejemplo de arquitectura gallega.
Cruzando la ría, dominando la margen norte de la ría, está el mirador de Coto Redondo, desde el que se observa la vecina Ría de Pontevedra.
Ría de Pontevedra
Probablemente es la más turística de las Rías Bajas, por las poblaciones que la integran. Una ría dedicada a los deportes náuticos, pero sobre todo a la acuicultura. Pontevedra es el asentamiento más importante, capital de la provincia homónima. Está en la parte más interna de la ría, a los pies del río Lérez. Es una ciudad con vestigios romanos, como el puente del Burgo; huellas medievales y, sobre todo, arquitectura renacentista.
Como en el resto de Galicia, la naturaleza está muy presente en Pontevedra. La Alameda, la senda del Lérez, el paseo de Gafos o la isla de Cobos, son algunos de los atractivos naturales de los que presume la ciudad. Pero también es una ciudad en la que sus edificios tienen mucho que decir. De entre ellos los imprescindibles del arte religioso son la Basílica de Santa María la Mayor, de fachada plateresca; el Convento de Santa Clara, con ábside octogonal; la barroca Iglesia de San Bartolomé y la antiquísima Iglesia de San Francisco. Joyas de la arquitectura pontevedresa.
El Parador y el Museo de Pontevedra también son visitas importantes para descubrir la arquitectura civil. Para ver cómo se integraban los Pazos gallegos, más típicos de campo abierto, en los entramados de la calles.
Aunque el mejor modo de embriagarse de Pontevedra es visitar su Mercado de Abastos. Allí pescados, carnes y verduras rivalizan por llenar las cestas de los transeúntes, que asisten a un espectáculo de color. Y para mayor goce, se pueden probar las delicias de la gastronomía en algunos de los bares y restaurantes del entorno.
Antes de abandonar la ría, bien merece una visita el marinero pueblo de Combarro. Un pueblo volcado sobre su mar. Donde hórreos y pintorescas casas se dejan engatusar por la bruma marina. Un paseo por su puerto permite descubrir los encantos de la población: cruceiros, casas marineras, hórreos… y callosas manos reparando las redes con las que llenan sus barcas tradicionales de los manjares del mar.
Al abandonar la ría. Frente a la Isla de Ons. Sanxenxo da la bienvenida e invita a pasar el día en algunas de sus playas o a disfrutar de la naturaleza de sus entornos.
Ría de Arosa
La más grande de las rías está plagada de islas, tanto naturales, como artificiales (las bateas de mejillones). Todas famosas, aunque la que más es la de La Toja y su balneario de aguas medicinales.
Cambados es la población que recibe a los visitantes por la margen sur de la ría. Una población marinera integrada en el Espacio Natural de O Grove. La actual disposición de la villa responde a la unión de tres poblaciones primitivas. Lo que le ha valido ostentar el título de Conjunto histórico-artístico. Un orgullo que llevan a gala junto al de ser la cuna del vino Albariño. Un clásico de las tierras gallegas.
Cambados merece la pena ser visitado en su totalidad. Los Pazos de los siglos XVI a XVIII, que hoy día dan nombre a sus bodegas, son ejemplos de las construcciones señoriales de la región. Aunque la pieza más llamativa es la ruina de Santa Mariña de Dozo, de estilo ojival.
Vilagarcía de Arousa, que toma su nombre de la ría, es una ciudad que ha sabido aprovechar las riquezas del entorno. Un enclave ideal para buscar alojamiento desde el que visitar la provincia. De ella destacan algunos de sus miradores, la fiesta del agua (que se celebra a mediados de agosto) y los servicios que ofrece a los visitantes. Se trata de una ciudad con poco legado, pero que tiene mucho que ofrecer. En ella abundan las industrias relacionadas con el marisco, singularmente el mejillón.
Una de las actividades más recomendables de la Ría de Arosa es pasear en barco por sus aguas. Son varias las empresas que ofrecen visitas a las bateas de mejillones, la Toja y las costas circundantes. Lo mejor es escoger alguna de las que ofrecen además degustación a bordo. Para hacer de un paseo pintoresco una experiencia gastronómica.
Ría de Muros y Noia
La más septentrional de las Rías Baixas es también la más tranquila y apacible. Está protegida por Muros. Una población situada a la entrada de la ría por el norte. Aunque también destaca de su costa la población de Noia.
Un paseo por las calles de Muros da fe de su pasado y presente marineros. Las casas de pescadores se alternan con palaciegas fincas señoriales. Sin dejar de lado las factorías donde se elaboran salazones de sardina y arenques. En Muros no destacan grandes edificios, sino que sus joyas la conforman el entramado viviendas marineras y pazos urbanos. A las afueras de la ciudad, los restos de un molino de marea da fe del esplendor con que surgió la ciudad. La edificación es una de las mayores de su funcionalidad en toda la península.
De la arquitectura religiosa hay que mencionar la colegiata, la casa rectoral y la ermita de san Roque, aunque la más popular es el Santuario da Virxe do Camiño, en la carretera que conduce a Noia.
Las playas se alternan hasta llegar a Noia. Una población de familias marineras de la que destaca su arquitectura. De hecho lo más llamativo son las casas góticas de los señores de otra época. Que han dejado un legado arquitectónico que rivaliza con las construcciones marineras más sencillas.
Galicia y sus Rías Bajas, una tierra y un mar que manan magia y vida.
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