La India tiene un atractivo intrínseco en el imaginario occidental que se resume en una palabra: exotismo. El subcontinente es un lugar apasionante, rico y variado, y viajar a la ciudad de Delhi hace experimentar los contrastes del país y su riquísima variedad de gentes.
La primera impresión que uno recibe al llegar al aeropuerto Indira Gandhi es el calor. En verano la temperatura alcanza tranquilamente los cuarenta y cinco grados y el aire resulta sofocante; además, hay tormentas de arena. Lo mejor es acercarnos a Delhi entre noviembre y marzo, cuando el termómetro marca cifras más soportables. Si tenemos ocasión, a finales de febrero-principios de marzo podremos disfrutar del Festival de Holi, una colorida celebración en la que merece la pena detenerse.
La segunda impresión son las multitudes: la ciudad rebosa de vida, todas las calles parecen ocupadas por muchedumbres. El tráfico es caótico, en él se entremezclan peatones, autobuses, coches, camiones y hasta algún elefante o animal de tiro con despreocupación. Lo mejor es coger un taxi: los legales y más seguros son aquellos que tienen taxímetro.
La ciudad es una urbe gigantesca, muy difícil de abarcar. Una buena parte, desgraciadamente, está ocupada por barrios muy pobres en los que, además, prolifera la inseguridad. Pero también tenemos impresionantes monumentos, palacios, mezquitas y jardines que visitar.
Uno de los destinos más populares de los turistas es la Fortaleza Roja. Situada en pleno centro histórico, es una impresionante edificación de arenisca rojiza, que guarda en ella el recuerdo del Imperio Mogol y los levantamientos cipayos del siglo XIX. Muy cerca se halla la mezquita de Jama Masjid, testigo de una época en la que el país era dominado por los musulmanes. Es la mezquita más grande del continente, con capacidad para unas 25.000 personas, y una joya arquitectónica. Está abierta a los turistas. Merece la pena subirse a las torres que la coronan: desde ellas se tiene una vista excelente de la ciudad.
Un emblema icónico de la ciudad es el minarete Qutb, una columna de 72 metros de alto inscrita con historias coránicas. Junta a él se encuentra el Pilar de Hierro, una reliquia del siglo cuarto que se dice concede los deseos de los que la rodean. Otras opciones son visitar el Rashtrapati Bhavan, construido por los ingleses y que alberga la Presidencia de la India (se pueden visitar sus jardines) y el mausoleo mogol de Humayun.
Para los que deseen ir de compras, quizás la mejor opción es el Chandni Chowk, un bazar de puestos que se extiende por el centro histórico. Es un buen sitio para ir en busca de souvenirs y recuerdos. La artesanía tradicional de la ciudad, a buen precio, puede encontrarse en los locales de la zona de Baba Kharak Singh Marg, y también hay zonas especializadas en joyas y textil.
Disfrutar de la gastronomía del subcontinente es uno de los motivos para viajar a la ciudad que nos ocupa. Delhi tiene un buen número de restaurantes tradicionales en su zona histórica, aunque, para otros paladares, también tenemos muchos establecimientos modernos e internacionales en los barrios más modernos. El plato más conocido de la región es el cordero, con una gran influencia de la cocina centro asiática traída por los mogoles. En las recetas de Delhi, este plato se combina con las fuertes especias por las que es conocida la cocina del país.
El ocio y la vida nocturna se ven limitados, en gran medida, a los hoteles y los barrios más modernos. Hay tanto discotecas y salas de baile como bares y cafeterías en varias zonas. La venta de alcohol está restringida.