Paseando por Santander
Las manillas del reloj distan poco de marcar las nueve. El tintineo procedente de las jarcias de los veleros chocando contra los mástiles pone la música de bienvenida. A mi lado cuatro chicos parecen jugar y atreverse a zambullirse en las todavía frías aguas de la bahía. El edificio del club marítimo comienza a despertar levantando las persianas a modo de ojos. La silueta de uno de Los Regina recorta la superficie de la bahía con su balanceo continuo en pos de su atraque junto a Puerto Chico. Así es el despertar de Santander, una ciudad cautivadora en la que las casas marineras se han ido sustituyendo por edificios señoriales desde los que se tienen unas privilegiadas vistas del amanecer.
Santander es una ciudad marinera sin mar. En su lugar cuenta con una bahía que la obliga a mirar al este. Esa característica marca en cierto modo el carácter de los santanderinos, expuestos a vientos que lo configuran como configuran el paisaje; algo parecido a lo que ocurre en el extremo sur de la península. Esa misma característica permite que cada día Santander de la bienvenida al Sol mirándolo de frente.
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