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Circuito cinco días por Marruecos

Dicen que Marruecos no se visita, se escucha. Se escucha en el murmullo de las plazas, en el tintinear del metal de una lámpara recién terminada, en el borboteo lento de un tajine que se cocina sin prisa. Y eso es exactamente lo que le ocurre al viajero protagonista de esta historia, un viajero curioso, bien informado y con el alma siempre dispuesta a sorprenderse, cuando decide embarcarse en el Circuito Bus Marruecos 5 días.

No es un viajero cualquiera. Es de esos que leen antes de partir, que preguntan, que observan, que saben que cada país tiene su propio pulso. Por eso, cuando el ferry deja atrás el perfil europeo y comienza a dibujarse la costa africana, no siente vértigo, sino emoción. Marruecos aparece como un libro antiguo que se abre solo para quien está dispuesto a leerlo con calma.

Tánger lo recibe con una sonrisa ladeada. No es una ciudad que se entregue de golpe; le gusta jugar a ser misteriosa. Durante décadas fue refugio de escritores, artistas y espías, y algo de ese espíritu sigue flotando en el aire. El viajero camina por sus avenidas abiertas al mar y entiende por qué tantos se quedaron aquí más tiempo del previsto. El Atlántico y el Mediterráneo se dan la mano, y la ciudad parece observar al visitante con la misma curiosidad con la que es observada.

A bordo del autobús, mientras el paisaje cambia, el viajero sabe que este circuito no es solo una sucesión de lugares, sino una narración bien hilada. Rabat aparece como un capítulo sereno, elegante, casi solemne. Es la capital, sí, pero también es un remanso de equilibrio. Aquí la historia no grita, habla con voz firme y pausada. La Torre Hassan se alza como un sueño inconcluso, y precisamente por eso resulta tan fascinante. El Mausoleo de Mohamed V, con su mármol blanco y sus mosaicos perfectos, despierta una admiración casi infantil: todo brilla, todo encaja, todo tiene un orden que transmite respeto.

El viajero recuerda una anécdota que siempre hace sonreír a los grupos: los artesanos que crearon esos mosaicos no utilizaban planos escritos; todo estaba en su memoria y en sus manos. Y entonces entiende que Marruecos es, en gran parte, un país que se transmite de persona a persona, de gesto en gesto.

Casablanca entra en escena con paso firme. Es moderna, dinámica, a veces caótica, pero profundamente auténtica. No intenta parecer otra cosa. Aquí, el viajero siente que el Marruecos contemporáneo le guiña un ojo. La Mezquita Hassan II se levanta sobre el océano como un desafío a la lógica: monumental, delicada y poderosa al mismo tiempo. Su minarete parece vigilar la ciudad y el mar, recordando que la espiritualidad también puede ser grandiosa.

Entre avenidas amplias y cafés donde el tiempo se estira, el viajero descubre que Casablanca es ideal para sentarse a observar la vida pasar. Y cuando llega la hora de almorzar —libre, como corresponde en este circuito— sabe que es el momento perfecto para explorar la gastronomía local. Pescado fresco, calamares, sardinas especiadas, pan recién hecho y ensaladas llenas de color. Comer aquí no es una necesidad, es una celebración cotidiana.

El Circuito Bus Marruecos 5 días avanza hacia el interior del país, y el paisaje se transforma poco a poco. El viajero siente que se aproxima algo especial, como cuando en un cuento aparece el capítulo central. Marrakech no decepciona. Marrakech nunca lo hace. La ciudad roja se presenta con un ritmo propio, casi musical. Sus murallas parecen latir, y dentro de ellas, el tiempo decide comportarse de otra manera.

El Palacio de la Bahía es un laberinto amable, lleno de patios donde la luz juega a esconderse. Cada rincón parece diseñado para sorprender. El viajero, atento, recuerda que fue construido para mostrar poder y belleza, y sonríe al pensar que siglos después sigue cumpliendo su función. Los Jardines de la Menara ofrecen un respiro, un espejo de agua donde el cielo y el Atlas se reflejan con una calma casi pedagógica.

Pero si Marrakech fuese un cuento, la plaza Jemaa el Fna sería su narrador principal. Al caer la tarde, el viajero se deja envolver por el espectáculo: músicos, acróbatas, narradores de historias, puestos humeantes donde se cocina para todos. Aquí nadie es extranjero; todos son espectadores y protagonistas a la vez. Se dice que quien pisa esta plaza una vez, la recuerda siempre. El viajero lo confirma en silencio.

Los zocos son otro capítulo aparte. Entrar en ellos es como atravesar un arco mágico. El viajero observa alfombras, lámparas, cerámicas, especias, babuchas, bolsos de cuero y cosmética natural. Aprende que el regateo no es una batalla, sino una conversación. Y que comprar un souvenir aquí es llevarse un pedazo de historia, siempre que se haga con respeto y curiosidad.

Durante todo el recorrido, el viajero aprecia un detalle que marca la diferencia: la presencia del guía acompañante. Siempre disponible cuando el grupo supera los diez participantes, este profesional no solo organiza, sino que cuida. Responde preguntas, tranquiliza, recomienda restaurantes, explica costumbres y ayuda en cualquier decisión práctica. Es una figura casi invisible, pero esencial, como el hilo que mantiene unido todo el relato.

Las comidas incluidas en el circuito tienen su propio carácter. Son menús cerrados, generalmente servidos en mesas, iguales para todo el grupo. No buscan sorprender, sino garantizar orden y descanso. El viajero lo entiende perfectamente: hay momentos para explorar sabores por cuenta propia y otros para simplemente sentarse y compartir mesa.

En el camino de regreso hacia el norte, la costa vuelve a aparecer. Mohammedia se presenta como una pausa amable, un lugar donde el mar marca el ritmo. Aquí el viajero recomienda siempre aprovechar el almuerzo libre para probar pescado recién capturado, a la parrilla o frito, acompañado de ensaladas frescas y pan crujiente. Es un lujo sencillo, profundamente marroquí.

Tánger vuelve a cerrar el círculo. La última noche se vive con una mezcla de nostalgia y satisfacción. El viajero pasea, observa, recuerda. Piensa en Rabat y su elegancia, en Casablanca y su energía, en Marrakech y su magia. Comprende que el Circuito Bus Marruecos 5 días no es una simple ruta turística, sino una historia bien contada, pensada para quienes desean conocer Marruecos sin prisas, sin artificios y con acompañamiento experto.

Cuando el ferry cruza de nuevo el Estrecho, el viajero mira hacia atrás. Marruecos se aleja, pero no desaparece. Se queda en la memoria, en el paladar, en los sonidos. Como todo buen cuento, deja ganas de volver a empezar.

Y así termina esta historia, aunque en realidad, para muchos, es solo el comienzo.

__ Frank Travel