Nada más salir de la boca norte del túnel de Vielha se siente un alivio inmenso con el paisaje que se brinda ante nuestros ojos, el Valle de Arán, o Val d’Aran, como se denomina en el dialecto de la comarca. Esta región limítrofe de los Pirineos con la provincia catalana de Lérida ha experimentado un gran apogeo turístico en los últimos años con la apertura en 2007 del nuevo túnel. Ahora no hay que escalar por carreteras de montaña superando puertos situados a más de 1300 metros para acceder a un territorio tan único que cuenta con un estatuto particular, guardado bajo 6 llaves.
Blanco en invierno, esmeralda en verano
El Val d’Aran tiene dos trajes. Uno es blanco inmaculado y lo viste en invierno, momento en que las pistas de esquí, como Baqueira Beret, abren sus puertas y se ofrecen a deslizar ladera abajo a los apasionados de los deportes invernales que encuentran en este reducto aragonés de Cataluña un lugar privilegiado por clima y belleza.
Con la llegada de la primavera el valle comienza a desnudarse de su abrigo invernal y lo hace desde lo más bajo, donde nace el río Garona al que da agua y vida en su recorrido hacia el Atlántico. Es entonces cuando la paleta cromática comienza a enriquecerse con las tonalidades esmeraldas de las copas de los árboles, que completan el espectro de colores con una muestra digna de las mejores exposiciones de pintura. Allá por el verano el sol se muestra más regio, y los árboles comienzan a palidecer, para en otoño mostrar el valle en todo su esplendor. Es imposible resistirse a tomar una fotografía e intentar captar aunque sea en forma “píxeles” la belleza del Vall d’Aran, una joya de la naturaleza que rebosa cultura.
Un armario con seis llaves
El nombre de Valle de Arán concede el gentilicio de aranés a esta comarca única enclavada en los Pirineos. Entre montañas que superan los 2000 metros de altitud y sirve de muralla inexpugnable. La etimología es redundante. En aranés, como en vascuence, “arán” significa valle, así que el nombre alude doblemente a la orografía de la región, “valle del valle”, en lo que no es sino una forma de definir al que probablemente sea el más bello de los valles. Así lo ha considerado la revista National Geographic, que en los premios World Legacy Awards ha galardonado al Val d’Aran con el tercer puesto entre los destinos turísticos naturales mejor valorados del mundo.
Y es que este lugar es único. Tan único que su fuero impide la propiedad privada de las tierras. Todo es de todos y los araneses están de acuerdo, además de orgullosos de su estatuto. Aquí las gentes son ajenas a anhelos independentistas. La comarca ha sido independiente prácticamente hasta hace unas décadas, cuando las inversiones públicas abrieron el valle al resto de la nación. De hecho, en invierno el Val d’Aran quedaba tapiado por la nieve y clausurado en su propio ser.
De ese ser habla el documento que otorga las tierras a todos sus vecinos. El acta firmada por el rey Jaime II de Aragón, el Querimonia, se guarda celosamente en un armario cerrado con seis llaves, una por cada “bayles”. Seis llaves diferentes que hace que solo la comunión de las seis regiones de la comarca pueda desempeñar la potestad del pueblo.
Cultura y tradición
El armario de las seis llaves no es la única particularidad del Val d’Aran. Como hacen en febrero en “el día de la marmota”, del que todos conocemos por la película “Atrapado en el tiempo”, aquí es el arcipreste quien augura año de nieves (y de bienes) o la ausencia de esta (y el mal agüero). Al alba del día de san Andrés, el lucero matutino debe brillar como la nieve cuando el sol refulge en ella para traer buenos augurios, como brilló el día del martirio del apóstol.
El Valle de Arán está salpicado de iglesias románicas que difieren unas de otras por lo atrevido o no del arquitecto que las levantó y del cura de turno que supervisaba la obra.
En Bossost la iglesia de Era Mair de Diu dera Purificacion es una de las construcciones representativas del románico pirenaico. Es de las primeras que se construyó, con permiso de Sant Miquèu de Vilamòs, apartado de su población quince minutos a pie, con unas magníficas vistas del valle. Así se suman hasta 33 templos entre iglesias y ermitas, al menos una por cada pueblo y cada cual con sus detalles que la hacen únicas. Unas se conservan tal cual se levantaron en los albores del segundo milenio, mientras otras tienen adornos arquitectónicos tomados prestados del renacimiento y el barroco.
En muchas de estas iglesias se celebra en el verano aranés el ciclo de música clásica Romanic Music. Un conjunto de conciertos gratuitos con los que devolver al románico a estas joyas arquitectónicas, y todo un aliciente para visitar el valle cuando las pistas de esquí son impracticables.
De la tierra y el mar
Dista mucho el Atlántico de este valle situado a medio camino del Pirineo entre un mar y otro. Sin embargo, su esencia llega al gran océano, donde desemboca el Garona, el gran río cátaro. En su deambular sus frías aguas procedentes del deshielo profundizan aún más en en la brecha terrestre contribuyendo a acrecentar la leyenda del Valle de Arán.
En otro tiempo el río fue también fuente de riqueza. Los molinos situados en su ribera aprovechaban la energía motriz del agua en su discurrir por el valle para moler cereales, serrar madera y confeccionar piezas de lana, tan necesarias en el raudo invierno de Val d’Aran. Hoy en día el Molino de Salardú sirve de testigo y es heredero del tiempo. Integrando una parte ineludible del patrimonio cultural del valle.
A comienzos de siglo la actividad se centraba en la Mines Victòria, referencia en la extracción de zinc. Hoy en día la mina tiene un recorrido apto para los turistas, que pueden entrever cómo era la vida en el valle hace unas décadas.
Un valle y unas gentes tan pegadas a la tierra y con tanto amor por ella no pueden por más que tener una rica gastronomía con platos “ricos y con fundamento”. El “civet de senglar” es la forma de cocinar el jabalí con productos de la tierra, como la cebolla semolets. El menú continúa con la Olla Aranesa, que suma hasta veinte ingredientes en su elaboración. La patata aranesa se cocina en forma de Patarnes, una sopa que entra muy bien cuando arrecia el frío en el valle. Y el postre es cosa de los Tronquets; pura proteína para soportar a la intemperie cuando se disfruta de la naturaleza inconmensurable del Valle de Arán.
Cuando el valle se viste de blanco
Las estaciones de esquí del Vall d’Aran son todo un aliciente suficiente para remontar hasta este rincón del pirineo y disfrutar de algunas de las mejores estaciones de esquí de toda la península. La Semana Santa es la fecha más proclive para deslizarse por sus pistas, aunque la temporada se suele presentar prometedora desde días antes de la Navidad.
Vielha, la capital del Valle de Arán, hace de puerta de entrada y lugar de recepción para los visitantes con ganas de nieve. Aunque no es la única actividad que se ofrece. Durante todo el año la oferta de aventura incluye una forma inmejorable de encontrarnos con la naturaleza: rafting, parques naturales y de aventura, canoa, piragua, barrancos, hípica, escalada…
Si bien, Baqueira Beret es una referencia en el turismo de invierno. Desde la estación se puede hacer una ruta que nos lleva hasta el santuario de Montgarri, bien con raquetas de nieve en las botas o bien en moto o caballo. El agua rica en sulfuro de Arties constituye un balneario natural, junto a los Baños de Tredós.
A partir de aquí el viaje por el Val d’Aran permite perderse entre carreteras y pueblos en los que parar y degustar los sabores auténticos de una tierra privilegiada que hace privilegiados a quienes la visitan. Un destino de viaje que puedes conocer y disfrutar con SMS Vacaciones.