Poseen gran fortuna aquellos que conocen las islas de Santo Tomé y Príncipe, pues descubrieron un paraíso inolvidable.
Solitarias playas vírgenes de arena dorada y aguas azul turquesa, vegetación desbordante y gentes conmovedoramente hospitalarias hacen de este pequeño y desconocido país un mágico rincón en el que simplemente respirar es un delicioso placer.
Situado en el Atlántico y el ecuador, frente al golfo de Guinea, este archipiélago es uno de los más hermosos lugares del planeta. Nacido del océano y del fuego volcánico, el viajero encuentra entre sus maravillas naturales flores espectaculares –como las rosas de porcelana–, deliciosos frutos tropicales o una variedad de aves asombrosa, sin olvidar sus enormes tortugas, el alegre espectáculo de los delfines y la impresionante experiencia de contemplar una majestuosa ballena. Bucear por sus fondos marinos serena y a la vez fascina, debido a su exuberancia, al igual que navegar por el río Malanza.
Los primeros habitantes de la antigua colonia portuguesa fueron judíos sefarditas, aunque su población desciende esencialmente de los esclavos africanos dedicados a trabajar en las roças o plantaciones coloniales. Todavía se conservan sus bellas casas entre la lujuriosa vegetación de los bosques tropicales. Las Islas del Chocolate, donde se elabora uno de los más ricos, eran hace cien años las mayores productoras de cacao.
Santo Tome, Príncipe y la isla de las Rolas son las tres islas habitadas. Esta última es prácticamente un hotel, pues sus escasos habitantes trabajan mayoritariamente para este, algunos como pescadores. En ella se encuentra un lugar mágico, el centro del mundo, que cruza la línea del ecuador. La mayor isla, y la más montañosa, es Santo Tome, aunque apenas mida 50 km de largo. Se deleita allí el viajero con numerosas playas de agua cristalina –como la de las Conchas o las de Lagoa Azul–, sugerentes cascadas o parajes tan sobrecogedores como la Boca del Infierno o el pico de S. Tomé. El Parque Nacional Ôbo ocupa tanto esta isla como Príncipe, donde se encuentra el pico del mismo nombre y abundan los edificios coloniales.
Por la peculiar mezcla de cultura africana y portuguesa, los viajeros mediterráneos se sienten allí como en casa, pues el portugués se habla tanto o más que el forro, la lengua criolla. Por ello, ya se elija como alojamiento un hotel, un complejo turístico o una encantadora roça convertida en casa rural –como la de Bombaim–, es indispensable el contacto con la gente para disfrutar completamente del viaje. Así, gozar de la naturaleza, visitar los coloridos mercados y probar la rica gastronomía constituyen experiencias únicas. El calulú es un delicioso plato tradicional que tarda en hacerse todo un día, y el vino de palma es exquisito, aunque para obtenerlo solo haya que trepar «un poco». ¡Y qué decir de los mariscos y sabrosos pescados!
Aunque poseen una «refinada» tradición, el Tchiloli, que representa La tragedia del marqués de Mantua y del príncipe Carlomagno, las costumbres del país son sencillas, pues la mayoría de la población vive humildemente en pequeñas casas de madera. No necesitan más para ser felices, y aunque su vida sea tranquila, es igualmente muy animada. La música es protagonista casi a diario, y los sensuales bailes hacen gozar a sus abiertos habitantes también en los centros culturales, que ofrecen asimismo actividades deportivas.
Los enigmáticos atardeceres de color malva sobre el mar y la sencilla sonrisa de sus gentes basta para conocer el paraíso. Es un viaje no solo al centro del mundo sino también al interior de uno mismo, que al poco de llegar se llena de un ritmo léve-léve. Una tierra que «te abraza» al llegar y a la que siempre deseas volver.
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